
En la mayor parte de Euskal Herria, la casa ha sido parte inseparable del ser de la gente; ha sido cuna, hogar y sepultura. Son parte de ella los antepasados que la habitaban, su historia, los muebles que se heredaban de padres a hijos durante siglos, las costumbres.
La casa es refugio y vivienda de sus moradores, lugar de trabajo y de descanso; es testigo de las alegrías y penas, sombra protectora y lugar de paso de quienes, de generación en generación, están unidos por la misma sangre. Por ello, todas las casas tienen su nombre.
La casa es lo que importa, una casa única, indivisible y perpetua. En un ambiente rural y pobre la propiedad no puede disgregarse. Una casa puede subvenir al sustento de una familia, del jefe, sus descendientes, de sus hermanos que ayudan a la explotación pero disgregada no puede sostener a pequeñas familias. La casa es por ello indesmembrable. En ella sucederá un descendiente designado de entre todos, que continuará su explotación. Dividir la casa es hacerla desaparecer
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